Siempre que llega el verano me resulta inevitable acordarme de cuando era pequeño. Desde pequeño he pasado todos los veranos en el pueblo con mis abuelos. Una pequeña aldea irreductible (donde en vez de Galos, había gallos) de la provincia de Lugo.

Tanto mi hermano como yo dedicábamos las vacaciones a ir a la hierba, ir con las vacas, hacer el pan con mi abuela, sembrar un montón de cosa, andar en bicicleta, ensuciarnos lo máximo posible, hacernos bonitas cicatrices por todo el cuerpo para enseñarlas cuando fuéramos mayores, jugar al aire libre, etcétera.
Incluso llegamos a inventar un juego que lo llamábamos "A ver cuantas piedras eres capaz de esquivar". Llegué a ser muy tan bueno esquivando piedras como el cabr** de mi hermano lo era lanzándolas contra mi, ni Légolas apuntaba mejor.

Nos pasábamos los dos meses y pico de verano completamente asilvestrados hasta el punto de que mi madre nos traía de vuelta a casa dos semanas antes de empezar el cole para volver a civilizarnos. Mi hermano, que era más pequeño que yo, ni siquiera recordaba como hablar castellano cuando volvíamos!


Todo en el pueblo tenía un encanto especial. Pienso que cualquiera que haya pasado la infancia en la aldea con los abuelos pensará lo mismo, pero si había algo que desde siempre me ha llamado especialmente la atención eran y son los campos de maíz y los espantapájaros. ¡Y mi abuelo siempre sembraba maíz!

Por desgracia mi abuelo "estuvo", muchos años antes de morir, con un señor llamado Alzheimer :(
Al igual que cualquier nieto pensará de su abuelo, el mio era muy bueno, fuerte, un trabajador incansable, pero sobre todo, y especialmente, era simpático y muy muy muy gracioso (y otras mil cosas buenas más).

Hubo una anécdota que me quedó grabada a fuego y que recuerdo como si fuera ayer. Yo tendría unos seis o siete años aproximadamente y estaba con mi abuelo en un campo que había sembrado de maíz. En medio de la finca de maíz había clavado un espantapájaros. Mi abuelo lo había hecho a base de algún trapo viejo, un mono azul de obra, una camisa, un sombrero de paja roto y lo había ensartado en un palo; era el mejor espantapájaros del mundo :)

Pero el espantapájaros tenía un detalle más con el que aluciné (aluciné como puede alucinar un guaje de seis o siete años). De su mano izquierda colgaba un cuervo, un cuervo muerto.
Mientras yo señalaba al hombrecito de paja, le pregunté a mi abuelo:
-"¡Abuelo! ¿Y eso?"
Recuerdo que me respondió:
-"Es el cuervo que he matado ayer con la escopeta, y lo he colgado ahí para que los demás cuervos sepan lo que les pasará si se acercan al maíz"

¡Vale, en ese momento, terminé de flipar por completo! Mientras miraba el cuervo muerto yo pensaba que mi abuelo era el más brako(*) del mundo! El cuervo se balanceaba por el viento, con la cabeza medio ensangrentada y sujetado por el espantapájaros, con siete años esa es una imagen que impresiona!

Luego terminó el verano y al volver al colegio se organizó un concurso de dibujo el cual recuerdo que gané. "Pintar lo que queráis", dijo la profesora. "¿Y qué pinto yo?" Pensé. Pues está claro: el campo de maíz, el espantapájaros y el cuervo... (aunque sin duda, la realidad superaba la ficción de mi dibujo)

En resumen y echando la vista atrás creo que fui bastante afortunado ya que mi infancia tuvo un pueblo.

(*) Brako: Palabra, con un significado difícil de explicar, usada entre mi circulo de amigos. Puede ser sinónimo de excepcional, fuerte, asombroso, sublime, portentoso, etc.